Tras una temporada con bloqueo del escritor, hoy he vuelto a escribir una escena completa. Y la obra afortunada ha sido 'Un vacío que llenar', mi relato sobre un cierto futuro de Córdoba. Os pido que me perdoneis, pero esta vez no voy a colgarlo. Quiero mantenerlo en las sombras hasta que esté terminado o, por lo menos, medio terminado. Si quereis saber de que va 'Un vacío que llenar', podeis leer los primeros párrafos aquí:
"Un vacío que llenar"
martes, octubre 30, 2007
martes, octubre 16, 2007
Moral e Imperio: Errata
Aunque parezca sorprendente, he tardado más de un año en darme cuenta de que la edición publicada en este Libro de 'Moral e Imperio' estaba incompleta. Fáltaba un párrafo entero, que seguramente desapareció al pasar de Word a Blogger. Por si tenéis curiosidad, ahora podéis leer el relato completo aquí:
"Moral e Imperio: Un relato"
"Moral e Imperio: Un relato"
20 días sin escribir
¡Cómo pasa el tiempo! Parece que fue ayer cuando escribí por última vez en este Libro. Desde entonces, he publicado una carta abierta en 2 Manzanas (Ubi est Caritas?) que comparto ahora con vosotros. Por lo demás, sigo escribiendo y trabajando. Voy al gimnasio, duermo mejor y me siento mejor.
Ubi est Caritas?
¿Dónde está la caridad?, me pregunto al escribir esta primera carta a Dos Manzanas. Y acudo a las fuentes, y encuentro.
Dice San Pablo, en la 1ª Carta a los Corintios, “La caridad es paciente, es servicial; la caridad no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe; es decorosa; no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta”. Y dice San Agustín “Quien no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor”.
En esta España, cada día vemos a notables y anónimos, servidores que se dicen de Dios, llenarse la boca con palabras de amenaza contra sus hermanos y hermanas, contra quienes orientan su amor sexuado hacia quienes comparten su sexo. Les vemos en la televisión y en los periódicos, les escuchamos en la radio y en la red. Parece que cuánto mayores son los medios de que disponemos para comunicarnos, mayores son la confusión, el caos y el odio entre los seres humanos.
No soy católico, aunque me educaron en tal fe, y aquí de nuevo debo acudir a San Pablo, porque dice con pocas palabras, pero muy acertadas, lo que bulle en mi corazón: “Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño. Al hacerme hombre, dejé todas las cosas de niño.” En España, la jerarquía católica sigue empeñada en tratar a los fieles como si fueran niños. Para quienes se han alejado de la religión, tal cosa puede parecer carente de importancia, pero para quienes seguimos viendo a Dios en el rostro de cualquier otro ser humano, ¿cómo puede ser tal cosa algo ajeno?
Cuando hablas de estas cosas con los amigos o los conocidos, aquellos más o menos versados en cultura bíblica suelen sacar a relucir a nuestro amigo el Levítico; derecho tenemos a llamarle amigo, pues quien ha sido un arma en manos de nuestros enemigos durante tanto tiempo se ha vuelto tan familiar como un amigo. Y cuando les miras y les preguntas ¿qué esperas a cortarte el pelo, a quemar animales en el jardín, a lapidar a quien duerma con sus parientes políticos? ¿Qué hay en ti que encuentra vinculante sólo el versículo que dice “No te acostarás con varón como con mujer; es abominación” (Levítico 18, 22)? Alguno hay que menciona el Nuevo Testamento, y va a la Carta con la que yo he empezado esta carta, y dice “6,9 ¿No sabéis acaso que los injustos no heredarán el Reino de Dios? ¡No os engañéis! Ni los impuros, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los homosexuales, 6,10 ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los ultrajadores, ni los rapaces heredarán el Reino de Dios.” Y entonces tú preguntas, “¿y cómo dice San Pablo que los homosexuales no heredarán el Reino de Dios, si tal palabra no existía cuando él escribió la Carta? ¿Sabes cuál es el término exacto que él usa?” Y entonces bajan la cabeza, o tuercen el gesto.
¡Locura y arrogancia¡; si fuera católico, me avergonzaría de pensar siquiera en alegrarme con la idea de que alguien irá al infierno, como se ha dicho alguna vez en España de aquellos que aceptan el matrimonio entre personas del mismo sexo, o llevan a sus hijos e hijas a estudiar Educación para la Ciudadanía. ¿Pueden dormir tranquilos por la noche? Terrible ha de ser el fuego que arde en sus conciencias, si saben que actúan mal, o igualmente terrible ha de ser el sopor que las envuelve, dado que no perciben sus errores. Pues ahí está la Carta a los Romanos, que dice, taxativamente, ‘12,16 Tened un mismo sentir los unos para con los otros; sin complaceros en la altivez; atraídos más bien por lo humilde; no os complazcáis en vuestra propia sabiduría, 12,17 sin devolver a nadie mal por mal; procurando el bien ante todos los hombres 12,18 en lo posible, y en cuanto de vosotros dependa, en paz con todos los hombres; 12,19 no tomando la justicia por cuenta vuestra, queridos míos, dejad lugar a la Cólera, pues dice la Escritura: Mía es la venganza: yo daré el pago merecido, dice el Señor.’
Donde no llega la virtud, donde no llega la luz, velada y escondida tras pesados cortinajes, ha de llegar la ley. Ese es el camino que hemos iniciado en España. Si ahora lo desandamos, o dejamos que otros lo desanden por nosotros, ¿con qué cara podremos presentarnos no sólo ante nuestros hermanos y nuestros descendientes, sino ante lo que ha de venir?
Ubi est Caritas?
¿Dónde está la caridad?, me pregunto al escribir esta primera carta a Dos Manzanas. Y acudo a las fuentes, y encuentro.
Dice San Pablo, en la 1ª Carta a los Corintios, “La caridad es paciente, es servicial; la caridad no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe; es decorosa; no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta”. Y dice San Agustín “Quien no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor”.
En esta España, cada día vemos a notables y anónimos, servidores que se dicen de Dios, llenarse la boca con palabras de amenaza contra sus hermanos y hermanas, contra quienes orientan su amor sexuado hacia quienes comparten su sexo. Les vemos en la televisión y en los periódicos, les escuchamos en la radio y en la red. Parece que cuánto mayores son los medios de que disponemos para comunicarnos, mayores son la confusión, el caos y el odio entre los seres humanos.
No soy católico, aunque me educaron en tal fe, y aquí de nuevo debo acudir a San Pablo, porque dice con pocas palabras, pero muy acertadas, lo que bulle en mi corazón: “Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño. Al hacerme hombre, dejé todas las cosas de niño.” En España, la jerarquía católica sigue empeñada en tratar a los fieles como si fueran niños. Para quienes se han alejado de la religión, tal cosa puede parecer carente de importancia, pero para quienes seguimos viendo a Dios en el rostro de cualquier otro ser humano, ¿cómo puede ser tal cosa algo ajeno?
Cuando hablas de estas cosas con los amigos o los conocidos, aquellos más o menos versados en cultura bíblica suelen sacar a relucir a nuestro amigo el Levítico; derecho tenemos a llamarle amigo, pues quien ha sido un arma en manos de nuestros enemigos durante tanto tiempo se ha vuelto tan familiar como un amigo. Y cuando les miras y les preguntas ¿qué esperas a cortarte el pelo, a quemar animales en el jardín, a lapidar a quien duerma con sus parientes políticos? ¿Qué hay en ti que encuentra vinculante sólo el versículo que dice “No te acostarás con varón como con mujer; es abominación” (Levítico 18, 22)? Alguno hay que menciona el Nuevo Testamento, y va a la Carta con la que yo he empezado esta carta, y dice “6,9 ¿No sabéis acaso que los injustos no heredarán el Reino de Dios? ¡No os engañéis! Ni los impuros, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los homosexuales, 6,10 ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los ultrajadores, ni los rapaces heredarán el Reino de Dios.” Y entonces tú preguntas, “¿y cómo dice San Pablo que los homosexuales no heredarán el Reino de Dios, si tal palabra no existía cuando él escribió la Carta? ¿Sabes cuál es el término exacto que él usa?” Y entonces bajan la cabeza, o tuercen el gesto.
¡Locura y arrogancia¡; si fuera católico, me avergonzaría de pensar siquiera en alegrarme con la idea de que alguien irá al infierno, como se ha dicho alguna vez en España de aquellos que aceptan el matrimonio entre personas del mismo sexo, o llevan a sus hijos e hijas a estudiar Educación para la Ciudadanía. ¿Pueden dormir tranquilos por la noche? Terrible ha de ser el fuego que arde en sus conciencias, si saben que actúan mal, o igualmente terrible ha de ser el sopor que las envuelve, dado que no perciben sus errores. Pues ahí está la Carta a los Romanos, que dice, taxativamente, ‘12,16 Tened un mismo sentir los unos para con los otros; sin complaceros en la altivez; atraídos más bien por lo humilde; no os complazcáis en vuestra propia sabiduría, 12,17 sin devolver a nadie mal por mal; procurando el bien ante todos los hombres 12,18 en lo posible, y en cuanto de vosotros dependa, en paz con todos los hombres; 12,19 no tomando la justicia por cuenta vuestra, queridos míos, dejad lugar a la Cólera, pues dice la Escritura: Mía es la venganza: yo daré el pago merecido, dice el Señor.’
Donde no llega la virtud, donde no llega la luz, velada y escondida tras pesados cortinajes, ha de llegar la ley. Ese es el camino que hemos iniciado en España. Si ahora lo desandamos, o dejamos que otros lo desanden por nosotros, ¿con qué cara podremos presentarnos no sólo ante nuestros hermanos y nuestros descendientes, sino ante lo que ha de venir?
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