domingo, diciembre 07, 2008

La Santa Sede contra la despenalización de la homosexualidad


Si habéis seguido las noticias LGTB esta semana, ya sabéis de que va esta entrada. Si no, os diré que la polvora ha corrido debido a las recientes declaraciones de monseñor Celestino Migliore (si querías ironía, toma dos tazas) sobre como la Santa Sede se opondría a la propuesta de Francia, como presidente de las Naciones Unidas, de despenalizar la homosexualidad a nivel mundial. Y eso que de momento se trata de una proposición sin ningún caracter vinculante.
Os digo que, para mí, tales declaraciones son horripilantes desde el punto de vista teológico, y obscenas desde el punto de vista racional.
Moralmente, ¿dónde queda la moral cristiana, la que dice 'Los que os habéis bautizado en Cristo, os habéis revestido de Cristo: ya no hay judío, ni griego; esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús'(Gálatas 3, 26-28)? ¿Dónde está, me pregunto, ante la arrogancia, miedo y odio que la Santa Sede muestra, constantemente, contra sus hermanos y hermanas?
Racionalmente, ¿cómo es posible defender que el apoyar que algo deje de ser penalizado vaya a crear nuevas discriminaciones contra otras cosas? ¿Cómo no se le muere de vergüenza a este señor no ya la conciencia, sino la razón, al afirmar que levantar la condena contra la homosexualidad produciría discriminación contra el matrimonio heterosexual? ¿Desde cuándo estar en contra de la tortura y la ejecución de unos es estar a favor de la persecución de otros?
Para mí, como creyente, tales declaraciones, tales acontecimientos, son causa de dolor y sufrimiento, pero también de justa indignación. Pues palabras como las de Celestino Migliore no pueden salir de un corazón regado no ya por la religión, sino siquiera por la empatía; sólo pueden brotar de una piedra, de un trono de orgullo, ciegamente seguro de la propia moral, y de miedo acervo a la libertad y la sexualidad, de uno de esos árboles malos del Evangelio, a los que por sus frutos conoceréis.
Soy creyente, pero también creo en la subversión de los símbolos. Por eso superpongo el triángulo rosa y el sello papal. Pero éste está inscrito en el Triángulo Rosa, porque el Papado ha de ser siervo de la dignidad humana, y no su verdugo.
Porque hay que seguir luchando. Siempre hay que seguir luchando.

2 comentarios:

kartones dijo...

Las instituciones tienden a quedarse obsoletas muy rápido, y es difícil evolucionar con los tiempos, supongo... imposible no, desde luego, pero instituciones taaaaaan dogmatizadas tienden a ser inamovibles en muchas cosas. Así nos va, en general.

Earendil dijo...

Suscribo todas y cada una de tus palabras. Supongo tristemente que era esperable algo así. No deja de ser otro eslabón en una larga cadena de aparentes sinsentidos que ensancha la falla entre lo que la iglesia católica es y lo que considero que debería ser, un centro de luz y espiritualidad. En fin... es una lástima.