2 + 0 = 0
Nicolás sintió frío y se hundió bajo las sábanas, pensando que todavía tenía tiempo antes de ir a la Universidad, sonriendo al darse cuenta de que no tenía que hacerlo. Rodeó con sus brazos el cuerpo de quien yacía a su lado, y sonrió al notar los latidos, presurosos, de un corazón enamorado. Bajó la mano izquierda hasta el vacío triángulo de la ingle, y palpó con la mano derecha el pecho plano y firme. Menelaus balbuceó en sueños y se dejó arrastrar por el mar, se dejó abrazar, disfrutando del sabor del vino del presente. Y Nicolás se estrechó contra él, y suspiró, sus labios posados en los hombros de su amant, su amad. Reposó la cabeza en el hueco del cuello de Menelaus, y le estrechó más contra sí.
Menelaus se dejó querer, mientras su alma descendía de entre las nubes y ascendía hacia la superficie, mientras volvía del sueño a la vigilia, entre aquellos brazos que no eran los suyos; brazos naturalmente tersos y firmes, no cultivados a la fuerza en un gimnasio. Dejándose querer, sintió envidia, y volviéndose, besó unos labios que, sorprendidos, retrocedieron un poco. ¿Cuánto es dos más cero?, preguntó, retirando su boca y mirando a su amante, su amado. ‘Dos’, dijo Nicolás, que ya conocía el juego.
Aritmética sexual pandorana: los neutros zeroth son 0, las mujeres 1, los varones 2; 3 los hermafroditas y las ginándricas, de polaridad complementaria, y 4 los transexuales, que nacen en cuerpos hostiles a su identidad; x para los proteicos, cuyos cuerpos son fluidos como su propio ser; finalmente, i para los Andere, que son un grupo porque son todos distintos; + para el sexo y también para el amor. Así, ¿cuánto es 2 + 0?
‘No’, le corrigió, colocándose a horcajadas y sujetándole contra la cama ‘Cero. ¿Varón contra neutro zeroth? No tienes ninguna posibilidad; cuando tú vas, yo ya he ido y vuelto dos veces’.
Se besaron, y Menelaus empezó a recorrer despacio cada centímetro de piel de Nicolás, que echó la cabeza hacia atrás, y se dejó llevar. Ojalá nunca llegara el final, ojalá nunca llegara el clímax que ponía fin abruptamente a la excitación masculina. Ese clímax que Menelaus no tenía, y que le permitía alargar cada encuentro horas y horas.
Sí, sí, sí… cuanta razón tenía: dos más cero… cero.